sábado, abril 14, 2018

Esta es una historia que escribimos un amigo y yo, salió de casualidad.
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Descubrimos, en altas horas de la noche, pues el descubrimiento es inevitable, que el penéculo tiene algo abominable¹. Claramente, el termino podía ser usado para referir a algún instrumento de olvidada ciencia o para referir algo relativo a ciertas perversiones sexuales. Pero, sobre todo, refiere a un cierto sistema (aunque en los archivos de Indias nos dicen lo contrario) desordenado de intercalaciones temporales, es decir, penéculo refiere a la existencia inmediata de un escupitajo de un borracho en un bar homosexual de New York en la época de Warhol y un suspiro de un político universitario en la actualidad.

Mas no tenemos por qué quedarnos en meras definiciones, es necesario, tal vez, relatar acerca de la primera vez que esta palabra llegó a nuestros oídos, o en este caso, a nuestros ojos. Ya que la palabra en cuestión fue leída en una hoja de papel arrugada que había sido arrojada en el suelo de alguna vacía universidad.

Vacuedad, por tanto penéculo salió, con todas sus características y coartadas, del mismo vacío. Tal vez fue un baño para hacer justicia a su intrincada etimología, pero pudo ser un biblioteca o una banca o unos pastizales donde los jóvenes, que se creen jóvenes pero no lo son, se revuelcan creyendo que realizan algún ideal aún vivo. Pero, zas, así fue, vacío y luego, de la nada, penéculo.

“Penéculo”. Así decía el pequeño papel que recogí con prisa e inmediatamente vinieron a mí todas estas ideas y pude entender a la perfección todo lo que trataba de decirme. La idea del penéculo era una sola y encerraba en ella fenómenos totalmente distantes como el escupitajo y el suspiro que fueron mencionados anteriormente y algunos más relacionados como el descubrimiento del papel y su posterior lectura. “P-E-N-E-C-U-L-O”, leí nuevamente.

Es así, que cuando lo comentaba en medio del aroma del café, un amigo, digamos mejor, un señor con gruesas gafas relacionó penéculo con el Aleph o la escritura del dios de Borges, ante lo que yo objeté, aunque más parecía un niño avergonzado por una halago. Argumenté, que con penéculo no vemos todo, no sé si vemos siquiera algo. Y es que el propio concepto de penéculo es increíblemente sencillo, como el enlace con el que une dos hechos sucedidos en diferentes lugares y épocas, pero a la vez es totalmente complejo y confuso. Terrible tal vez sería tratar de desmenuzar la idea de penéculo, pero podemos tal vez comenzar por la propia palabra "P-E-N-E-C-U-L-O". "El mejor! el mejor!" dijo el amigo del café, al tiempo que acomodaba sus gafas y se sumía en profundas divagaciones.

Es así que empezó todo, el café y sobretodo el descubrimiento de penéculo, que se me aparecía interesante en la conversación con los colegas y, de vez en cuando, amigos. Cuando salí del lugar y estuve caminando por la ciudad es cuando me precaté, horrorizado, del verdadero poder del penéculo; no era que pudiera ver todo a través de él, sino que todo se volvía él, es decir, desparecía para ser penéculo. Así tuvimos parque penéculo, muchachas penéculo, las calles se abarrotaban de penéculos, las servilletas volaban y no eran más que un penéculo, trataba de correr pero mis pies, el uno y el mismo, eran penéculos. Los objetos en sí no eran sino penéculos que al juntarse formaban todas estas ideas a las que tomábamos por reales y llamábamos mundo. Es decir, que el universo estaba formado por millones de penéculos que volvían a sí mismos al mismo tiempo que salían de ellos mismos. Pero, entonces ¿era él penéculo algún tipo de elemento primigenio? Evidentemente, no. No podemos reducir al penéculo al plano físico, pues de ese modo perdería su esencia. Pero, no podemos negar que el plano físico está formado en su totalidad, por penéculos.

Fue ese torrente de revelaciones que totalizaban la experiencia humana en su absoluto lo que me hizo terminar tirado en mi cama, confundido, teniendo como único lazo del estado de cosas anterior a las revelación del penéculo, mi enamorada desnuda en un sillón al lado de la cama. Ella y el sillón, se libraban del encanto del penéculo, ya que me referían una de esos lienzos pornográficos de Courbet. Es así que le susurré, con toda la solemnidad del absoluto la palabra-todo-nada: P-E-N-E-C-U-L-O. Para mi sorpresa ella me observó con mirada lasciva y me dijo: Cómo quieras, siempre es bueno probar otras formas, sino nos aburriríamos de hacerlo siempre por delante.

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¹Paráfrasis (en cierto modo, un homenaje) de Borges. La cita original dice:
"Descubrimos (en la alta noche ese descubrimiento es inevitable) que los espejos tienen algo abominable."

viernes, setiembre 21, 2007

Emo

Estúpidas morsas
leyendas nonagenarias
de maníacos depresivos.

Orcos bipolares
atrapados en medio
de lúgubres manifestaciones
de la cleptomanía.

Travestismo innecesario
revienta un coro
de maleficios suprarrenales
que hincan con estupor
el aburrimiento propio
de oradores postmodernos.

Enanos bufones enrumban
catarsis ajenas al sueño
propio de la intransigencia
y la ociosidad invernal.

Masturbaciones venideras
del dolor y el asco de
la tardía pubertad
que abandona durante el alba.

Muerte que no llega
jamás el asco ante la
inminente náusea
que abandona a un
cuadrúpedo rumiante.
Sin alma.